Todos sabemos que hay alimentos que nos
cuesta digerir más que otros, y que hay comidas que, simplemente, nos sientan
mal.
El organismo de cada persona
reacciona de una manera particular ante un mismo plato, pero algunos expertos en
nutrición vienen desarrollando desde hace años una serie de combinaciones según
las cuales las probabilidades de que nuestro organismo asimile o no algún
alimento depende del acompañamiento.
Lo primero que hay que conocer
es cuáles son los grupos de alimentos y qué características tiene cada uno de
ellos. A partir de ahí, sabiendo qué propiedades nos puede aportar cada comida y
cómo se puede potenciar su acción, veremos con qué es más adecuado que los
consumamos. Los alimentos se suelen dividir según dos comportamientos: su
composición química y su reacción en el organismo.
Por su composición química,
los componentes de los alimentos son: las proteínas, los hidratos de carbono,
los lípidos, las vitaminas, y las sales minerales. Según su reacción en el
organismo, los alimentos se pueden dividir en acidificantes y alcalinizantes.
Los primeros (la mayoría de las carnes, huevos y cereales), tras su oxidación,
dejan un residuo con gran cantidad de elementos (como el cloro, el azufre o el
fósforo) con capacidad para generar ácidos.
Los alcalinizantes, en
cambio, dan lugar a un residuo rico en magnesio, potasio, calcio o sodio. Se
considera que un adulto debe consumir aproximadamente ente un 30% y un 40% de
alimentos acidificantes y entre un 60% y 70% de alimentos alcalinizantes.
Combinaciones correctas
Las hortalizas tienen la propiedad de combinar bien con la mayoría de
los nutrientes. Incluirlas en la dieta habitual es buena forma de evitar dedicar
demasiado tiempo a pensar en incompatibilidades. Sus vitaminas, sales minerales
y agua favorecen la asimilación de las proteínas, lo mismo ocurre en los
almidones.
Sin embargo, es preferible
no mezclar las hortalizas (como los guisantes o las judías) que poseen almidones
y proteínas con otros alimentos de estos grupos. Se pueden consumir, por
ejemplo, con grasas, que no impiden el efecto de los enzimas.
Las grasas inhiben la
secreción gástrica, pero, cuando se comen con verduras, este efecto parece
neutralizarse y la digestión de las proteínas se produce con normalidad, aunque
la digestión sea más lenta. Esta es una combinación muy frecuente en la dieta
mediterránea.
Las frutas pueden combinarse
entre sí, aunque algunos expertos recomiendan no mezclar las muy dulces
(plátano) con las muy ácidas (naranjas). Algunos autores incluso recomiendan
tomarlas antes de la comida y no como postre, porque su digestión es
rápida.
Combinaciones neutras
Las proteínas y los
almidones es una mezcla que muchos consideran aceptable ya que se retarda la
asimilación del almidón y así se adecuan los jugos gástricos. Un poco peor es
unir las proteínas a las grasas, que dicen que es mejor acompañar con hortalizas
para reducir la fermentación de la síntesis de las proteínas.
Las personas diabéticas y
con problemas para asimilar el gluten de los cereales deberían evitar combinar
almidón con almidón, porque suele suponer un exceso de calorías. Con las mezclas
de proteínas con proteínas conviene que los aminoácidos de uno de los alimentos
suplan las carencias del otro.
Combinaciones desfavorables
Si las anteriores eran
pasables, las que no son nada recomendables son las mezclas del almidón con las
proteínas magras, los azúcares y los ácidos. También hay que tener mucho cuidado
con la leche, que al parecer combina desfavorablemente con casi todos los demás.
Además, los adultos carecen de renina, que es el enzima que se ocupa de
asimilarla. Sin embargo, es muy rica en metionina y triptófano, los aminoácidos
de los que carecen los cereales.
Principios Generales para la Asimilación
La asimilación de los
alimentos depende del organismo de cada individuo. Sin embargo, hay una serie de
reglas que todos compartimos.
Comer sin ansiedad ni
nerviosismo:
Es necesario comer tranquilamente, dedicándose sólo a disfrutar de
la comida y masticar bien cada bocado. Si durante la comida procuramos no beber
también reduciremos la probabilidad de sufrir incompatibilidades alimentarias.
No comer en exceso ni
demasiado poco:
Conviene levantarse de la mesa antes de sentirse lleno, de ese
modo será mucho más sencillo realizar la digestión. Tampoco conviene pasar
hambre, porque se provoca una sensación de ansiedad.
Cocinar al vapor, al horno o
a fuego lento:
Conviene evitar el microondas y la olla a presión porque las altas
temperaturas pueden eliminar el contenido en vitaminas y sales minerales de los
alimentos.
No tomar congelados,
conservas ni conservantes:
Los alimentos, aún conservados en la nevera, van
perdiendo valor vitamínico, de modo que conviene consumirlos frescos.
Evitar mezclar en exceso:
Lo
mejor es comer sólo dos o tres productos distintos para no entorpecer la labor
de los jugos gástricos. La dieta ha de ser variada, pero la variedad se debe de
dar en las distintas comidas y no todo en una.
Consumir antes los alimentos
de rápida digestión:
Las hortalizas y las carnes magras se pueden digerir así sin
que se vean perjudicados por los de digestión lenta, como tocino, huevos, quesos
grasos, aceites y mantequillas.
Clasificación de los alimentos según su composición
química
Las proteínas.
Se encuentran
en las carnes, pescados, lácteos, huevos, levaduras, soja, cereales,… De ellas
dependen los anticuerpos, el equilibrio hídrico de las células y la regulación
de ácidos y bases, y son indispensables para el crecimiento y la reparación del
organismo.
Están compuestas por una
serie de aminoácidos, de los que ocho están considerados fundamentales para la
vida y deben ser suministrados por los alimentos. Así, una proteína será más
eficaz si contiene en proporción adecuada los aminoácidos indispensables.
Las proteínas pueden ser de
origen vegetal, como las de la soja, las almendras, las avellanas, los
cacahuetes, las algas y ciertas leguminosas, o de origen animal, como las de la
carne, el pecado, la leche, los huevos y el queso. Estas últimas, las de origen
animal, suelen contener todos los aminoácidos esenciales, mientras que los
vegetales pueden carecer de alguno.
Las hidratos de carbono o
glúcidos:
Aportan energía a los diversos tejidos, sobre todo del cerebro y el
sistema nervioso. Son los azúcares simples o monosacáridos (los de las frutas),
polisacáridos y almidones (los de los cereales y las féculas).
Los monosacáridos se
encuentran en las frutas ácidas (como la naranja, el limón o el pomelo), las
semiácidas (como la cereza, el albaricoque o la ciruela), las desecadas, las
neutras (melón y sandia) y en la miel. También hay que contar con los
polisacáridos de las confituras realizadas con estas frutas y con los almidones
de cereales, féculas y hortalizas.
Los lípidos o
grasas:
Proporcionan gran cantidad de energía calórica. Contienen nutrientes
importantes y, en cantidades moderadas, son esenciales en cualquier dieta.
Pueden ser de origen animal (leche, mantequilla, huevos, pescados, carne y
queso) o vegetal (nueces, piñones, almendras, aceitunas, avellanas, legumbres,
aceites,…)
Vitaminas:
No aportan
energía, pero son esenciales para reponer los tejidos dañados y regular el
metabolismo. Hay dos grupos principales; las hidrosolubles (B y C), que se
eliminan con la orina, y las liposolubles, que se pueden almacenar (A,D,E y K).
Sales minerales:
Están
presentes en todos los tejidos del cuerpo y parece ser que participan en la
síntesis de componentes, la degradación de sustancias y la liberación de
energía.
Tomado de:
http://www.alimentacion-sana.com.ar/informaciones/novedades/como%20comerlo.htm
sábado, 18 de febrero de 2012
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